lucilla

La reciente decisión del gobierno dominicano de fusionar ministerios y abolir instituciones públicas fue presentada como un intento de mejorar la eficiencia del Estado y optimizar el gasto público. Sin embargo, desde otra perspectiva, esta medida puede verse como una estrategia para encubrir fallas anteriores en la gestión de recursos y limitar la capacidad del Estado para satisfacer las crecientes demandas sociales.

El gobierno ha sido criticado por una gestión ineficiente de los fondos públicos, con repetidos despilfarros en proyectos que no cumplieron con las expectativas o fueron mal ejecutados. Las promesas de reformas, modernización y eficiencia en la administración estatal no pudieron traducirse en mejoras notables para la población. En este contexto, la fusión de ministerios y la supresión de instituciones parecen más maniobras para encubrir la incompetencia de la administración que una verdadera medida de mejora.

El hecho de que pretenda liberar RD$20,000 millones para otras prioridades del gobierno, aunque suena positivo, plantea interrogantes sobre cómo se ha administrado ese dinero hasta ahora. Si estos recursos no se han utilizado eficientemente en el pasado, ¿qué garantías hay de que se utilizarán sabiamente en el futuro? ¿Es esta “optimización” más bien un pretexto para distraer la atención del despilfarro gubernamental?

La abolición de instituciones y la fusión de ministerios no sólo reducen la estructura administrativa, sino que también pueden debilitar la capacidad del Estado para abordar problemas complejos y multidimensionales. Áreas como la ciencia, la tecnología, la innovación y la educación requieren atención especial y recursos dedicados. Al integrar estas áreas en otras entidades o abolir instituciones por completo, el gobierno corre el riesgo de debilitar su capacidad para servir eficazmente a estos sectores clave.

Además, reducir la estructura estatal limita la posibilidad de que puedan surgir nuevas voces o enfoques para abordar los desafíos del país. Sin una estructura sólida y bien administrada, el Estado podría volverse ineficaz para satisfacer las demandas de la sociedad y la población podría sufrir una menor capacidad de respuesta del gobierno.

A pesar del discurso de eficiencia, no se dio ninguna explicación clara sobre cómo evitar que se siga malversando el dinero del pueblo. Sin un cambio real en los mecanismos de transparencia y control del gasto público, todavía existe el riesgo de que los recursos sigan siendo mal administrados. La fusión de ministerios y la abolición de instituciones podrían interpretarse como un intento de centralizar el poder y reducir la capacidad de auditoría y control, fomentando el continuo mal uso de fondos.

Lejos de ser una solución eficiente, el plan del gobierno de fusionar ministerios y abolir instituciones puede verse como una estrategia para encubrir la mala gestión de los recursos públicos. Aunque se presentan como medidas para mejorar la eficiencia del Estado, estas medidas pueden terminar limitando la capacidad del país para abordar sus desafíos y responder eficazmente a las necesidades de la población. La verdadera solución no es reducir el tamaño de la estructura estatal, sino hacer que la administración sea más responsable, transparente y orientada a resultados.