De Carlos Segura

Se comprende la necesidad de una reforma fiscal. El Estado necesita más recursos para invertir en las personas (mejorar los servicios) y reducir el déficit presupuestario, pero es injusto depositar casi toda la carga de esta reforma en los pobres.

Por supuesto, la reforma no prevé que los pobres serán los que más pagarán en términos absolutos, pero ignora el hecho de que serán los que más pagarán en términos relativos. Y eso es una enorme injusticia.

Carlos Segura
sociólogo

Por ejemplo, pagar ITBIS o IVA por casi todo lo que se lleva a la boca no mantiene despierto por las noches al gobernador del Banco Central, quien tiene un salario de 1.843.190 pesos mensuales, ya que sus gastos de alimentación ascienden a 90.000 pesos mensuales ( cantidad más que suficiente, por grave que sea la bulimia en su familia), esta cantidad corresponde apenas al 0,4% de su salario neto.

Para los miembros de las familias más felices del país, cuyos ingresos mensuales son muy superiores al salario del gobernador del Banco Central, este porcentaje se reduce a casi nada. Ni siquiera eso le impide querer volver a dormir.

La situación de los pobres es diferente; su gasto en alimentos (comer mal, no comer bien) representa casi la totalidad de sus ingresos.

Reducir a unos pocos productos la lista de ITBIS o alimentos libres de IVA, como propone la reforma, supone hundirlos aún más en la miseria. Y este desplome no se puede evitar con el anunciado aumento del salario mínimo (muy por debajo del costo de la canasta familiar para el primer quintil) y los pírricos 500 pesos adicionales por la tarjeta solidaria.

Los sectores populares (que llevaron al PRM al poder en 2020 y tendrán la oportunidad de expulsarlo de allí en 2028) buscan una reforma tributaria que afloje la tuerca de fondo y amplíe la lista de alimentos libres de ITBIS. En el mejor de los casos, se reduce a alimentos poco saludables por su alto contenido en azúcar o grasas saturadas y trans, como ocurre en varios países.

La disminución asociada de los ingresos podría compensarse en gran medida mediante la abolición de gastos innecesarios y privilegios onerosos en el estado. Déjalos ensayar y verás.

Y los recursos adicionales para invertir más en las personas y sacar al país de la lista de las sociedades más desiguales de América Latina deberían provenir de apretar las tuercas, eliminar gradualmente los incentivos y exenciones fiscales que no tienen por qué durar para siempre, y el cobro de lo adeudado crea clases medias y altas que están acostumbradas a no pagar impuestos prediales, así como una mediana y pequeña empresa que, amparada en la informalidad, no paga impuestos. Un arma de doble filo, porque es esta informalidad la que les impide acceder al crédito para realizar las inversiones necesarias para la modernización y un mayor crecimiento.

También impuestos selectivos a las bebidas alcohólicas (que deben mantenerse como propone la reforma, por mucho que griten los fabricantes), mayores impuestos a los productos del tabaco, loterías y bancos de apuestas, autos de lujo, embarcaciones de recreo y otros.

Pero los gobiernos de esta república, cuya economía sigue creciendo pero no encuentran la manera de pagar sus deudas con los pobres, se caracterizan por imponer sacrificios a los de arriba y proteger a los de abajo.